La procesión del Encuentro de Bigastro. Arte, tradición y fe.

Fieles, apasionados, cofrades, hermanos, e incluso quienes se trasladan desde el pueblo cercano. Propios y vecinos se congregan por cientos en Bigastro el Domingo de Gloria, para ser testigos de un singular rito escenográfico celebrado vivamente en sus calles: la procesión del Encuentro.

Todo comienza con un genuino despertar de resurrección que arranca con las primeras luces del alba, y que tiene por protagonistas a dos imágenes escultóricas atesoradas en la parroquia de Nuestra Señora de Belén: la imagen del Cristo Resucitado -cuyo origen se remonta a la primera mitad del siglo XX- y la imagen de la patrona del municipio, la Virgen de Belén; una imagen de vestir realizada por un autor anónimo en los años 40 del siglo pasado en un taller de Murcia, restaurada en 1964 por el imaginero natural de Pilar de la Horadada, José Sánchez Lozano, autor de cuantiosas y sublimes obras escultóricas de la Semana Santa de Orihuela, y profundo conocedor de la obra de Nicolás de Bussy, Antonio Dupar, Baglietto o Francisco Salzillo. Se trata pues, de una imagen de especial trascendencia que reemplazó a la original, según la tradición oral realizada por el imaginero Roque López, discípulo del maestro Salzillo, y que fue destruida durante la Guerra Civil Española (1936-1939).

La procesión la componen dos comitivas, unos acompañan a la imagen del Cristo Resucitado y otros a la imagen de la Virgen de Belén. En silencio sepulcral salen del templo en direcciones opuestas para converger después en un punto determinado del trayecto, y simular el encuentro de la Virgen con su Hijo.

En primer lugar marcha la cofradía del Cristo Resucitado, que a hombros de una docena de costaleros atraviesa el portón del santuario y continúa su paso por la calle Mayor hasta el lugar escogido para el divino descubrimiento.

Tras él, la hermandad de la Virgen de Belén eleva a la patrona, que salva la plaza de la Constitución, supera la plaza de Ramón y Cajal, y emprende su andadura por la calle Purísima. La acompaña su séquito, compuesto en riguroso orden por el portaestandarte, el paso a hombros de veinticuatro costaleros, las camareras y sus devotos.

De especial interés es destacar la labor de las camareras, apelativo que tiene su raíz en el término cámara, haciendo mención a la habitación real de la reina, siendo las camareras las únicas personas capacitadas y permitidas para ingresar a la misma.

Se trata pues de un grupo de mujeres cuya herencia y tradición ha pasado de abuelas a madres, hijas y nietas, organizado bajo la dirección del consejo y voz experimentada de su camarera mayor –Dña. Teresa García Belmonte- que se preocupan de conservar y vestir a la imagen de la Virgen de Belén, cuidar sus objetos y vestidos, realizar los preparativos para los actos en los que participa, etc. Sin ir más lejos, el encuentro de ambas imágenes tiene lugar junto a la vivienda que pertenece desde tiempo inmemorial a la familia de Dña. Teresa, y que se sitúa en el cruce de las calles Purísima con Maestro Grau.

Desde dicha intersección, el albor de la mañana esboza la luz afligida de cuatro faroles que se aproximan al compás del retumbo de un tambor, sonido profundamente enraizado con la Semana Santa, que advierte la venida de la imagen del Cristo Resucitado, que dispuesta por sus portadores con orientación sur sobre cuatro columnas doradas, espera paciente la llegada de su madre.

Ante su mirada y la de los presentes se atisba una bella alfombra floral dispuesta para el glorioso Encuentro, cuya práctica se remonta a mediados del siglo pasado, cuando los jóvenes devotos de la Virgen salían días antes a las calles a pedir flores en las casas que tenían jardín. También flores silvestres -margaritas y amapolas- que recogían en campos de Torrevieja, o rosas de los jardines del Marqués de Fontalba en Jacarilla. Una labor que continuaba con el almacenaje y conservación de las flores, para deshojarlas y trazar el motivo que sirve a las imágenes de colorido y perfumado escenario.

Desde la calle Purísima, el cruce de calles acoge al majestuoso e inmaculado estandarte de la hermandad de la Virgen de Belén, que se integra en el ritual concediendo a la imagen del Cristo Resucitado una serie de genuflexiones o cortesías, tras las cuales surge la imagen de la Virgen. Participa enlutada, cubierta con un simbólico velo negro, ya que manifiesta el desconsuelo de la muerte de Jesucristo por parte de su madre.

Lo hace sola aunque no siempre fue así, ya que anteriormente a la contienda española iniciada en 1936, la Virgen iba precedida por el paso de San Juan con la palma. De esta manera participaban las imágenes del Nazareno, la Virgen ataviada de Dolorosa y San Juan. Y es que la Semana Santa bigastrense ha sabido adaptarse a los sinsabores de su historia, pues según la tradición oral tampoco era ésta la única vez que la imagen de la Virgen se ataviaba de duelo, pues en tiempos antiguos la imagen de la Virgen de Belén se sacaba en procesión al caer la noche transformada en Virgen Dolorosa, acompañando al Cristo yacente que había en la desaparecida ermita del Santo Sepulcro. Lo hacía el Viernes Santo en la procesión del Entierro del Señor, transcurriendo en un severo silencio sólo interrumpido por los toques lúgubres de un lejano tambor. Destruidas las imágenes originales y sin ermita, las procesiones transmutaron y se adecuaron a los medios existentes.

Una vez llega la patrona, la florida alfombra vincula a las imágenes de la Madre y el Hijo. Ella es orientada al norte para conectar su mirada con él, y ante el silencio y la atención de los centenares de personas que testimonian este extraordinario ritual, el tañido de una campanilla dictamina el camino a seguir hasta el encuentro definitivo entre ambos.

Una vez acomodadas las imágenes sagradas sobre la alfombra de flores, dos diestros y dichosos hermanos de la hermandad de la Virgen de Belén, se elevan sobre los presentes para alcanzar el manto enlutado de la Virgen. Un hermano lo retira y debajo del mismo se descubre un manto festivo, que se vislumbra con los primeros compases del aleluya de Georg Friedrich Händel. Mientras tanto, el segundo hermano se dispone a coronar a la Virgen con su aureola de luz celestial.

Transformada la imagen, rebasando la oscuridad del luto convertida en alegría, se aviva el júbilo entre los presentes que aplauden apasionadamente la culminación de la transformación, mientras la pólvora sobrevuela a la multitud sucumbiendo al estruendo. Los costaleros elevan las imágenes al tiempo que la centenaria Sociedad Unión Musical de Bigastro interpreta los primeros compases del Himno Nacional de España, cuyo arreglo corresponde al bigastrense D. Francisco Grau Vegara, y marca el paso con marchas que embellecen la procesión hasta su consumación.

La procesión del Encuentro ha inspirado a grandes músicos y compositores, que con gran maestría han sabido transmitir la impronta de la tradición, la pasión y la fe, en los compases de sentidas marchas procesionales.

A ritmo de marcha procesional, con composiciones musicales que contribuyen a definir su singularidad, las imágenes abandonan la alfombra florida y, primera la Virgen de Belén, y tras ella el Cristo Resucitado, emprenden el camino de regreso al templo en un ambiente festivo. Lo hacen a través de la majestuosa calle Purísima, cuyas vecinos cubren sus fachadas con bellos tapices y banderas de España. Antiguamente lo hacían con prendas bordadas, sábanas inmaculadas, ricas colchas, alfombras, juegos de cama, mantones de Manila, mantelerías repletas de flores y puntillas. Y barrían la calle retirando los desechos,  rociándola para evitar que se levantara el polvo.

Mientras las imágenes marchan, la calle Purísima se envuelve de júbilo y colorido con una lluvia de pétalos de rosa, y miles de papeles de vivos colores que llevan impresos las imágenes religiosas de sus advocaciones.

En la distancia, desde la parroquia de Nuestra Señora de Belén, el toque de campanas anuncia la llegada de ambas imágenes. Una parroquia ligada desde tiempo inmemorial al Cabildo de la Catedral de su gloriosa ciudad vecina Orihuela. Aunque también en la historia reciente, pues muchos recuerdan los ejercicios espirituales de las santas misiones de los años 60 capitaneadas por el padre Valcanera, director nacional de Misiones Claretinas.

A través de la plaza de Ramón y Cajal las imágenes se integran en la plaza de la Constitución, donde una frente a la otra esperan los primeros compases del Himno Nacional de España para regresar al templo. Primero lo hace el Cristo Resucitado, que preside la santa misa desde el altar mayor. Tras él lo hace la Virgen de Belén, madre y protectora, que con la primera luz del alba fue al Encuentro de su Hijo.

Proclamación trascendental, idiosincrasia bigastrense, día de júbilo, música y alegría entre repiques alborotados de campanas, estruendosos lanzamientos de cohetes y una cromática alfombra de pétalos de flores. El Encuentro de Bigastro, reflejo integrado de arte, tradición y fe.

 

 

 

Fotografías: Cofradía del Cristo Resucitado / Hermandad de la Virgen del Rosario

Texto: Pascual Segura. Cronista Oficial de Bigastro

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